- Insisto, necesitas firmarlo.
- ¿Qué pasa si deseo renunciar?
- Descuida, el mismo te lo permite, cuando puedas.
- ¿Y también cuando quiero?
- Insisto...
Se trataba de un contrato de 3 hojas de material frágil, cuya grafía evidenciaba la prisa con la que fue redactado. Eso no detuvo su atención, él decidió leerlo con calma. Su lenguaje sencillo se alejaba de cualquier otro contrato que hubiese firmado antes, y de cierta manera desafiaba la intuición de posible estafa. El redactor, un hombre nada experimentado en negocios, sonreía con disimulo mientras buscaba algún bolígrafo que permitiese el acuerdo final.
Si bien la creciente confianza fue mutua, él, siempre cauteloso, recordaba cada momento sospechoso de su relación. Los indicios eran confusos como ingenuos. La incertidumbre podría haberlo exaltado como de costumbre, pero guardó para si esas posibles reacciones.
- ¿En qué momento se hizo necesario firmar este tipo de acuerdos?
- Creo que se trata de darle formalidad al asunto.
- No lo considero apropiado, lo evaluaré con calma.
- ¿Más?
El redactor sabía que la ira conduciría a la anulación anticipada de la firma, así que, intuitivo, decidió una nueva propuesta.
- Eliminemos el cuarto capítulo.
- ¿La gratitud? Es el más extenso.
- Solo así no sentirás culpa por los efectos adversos.
Titubeó, experimentó impaciencia, se preguntó cuánto más podría arriesgar su redactor para lograr su firma. Al fin y al cabo, él solo necesitaba refugio, uno libre de formalidades y exigencias. Pronto entendió que su tiempo no se resumía a simples jornadas de esfuerzo y que el redactor a su vez era consciente de la calidad de cobijo de esos momentos.
Ya seguro de que no se trataría de una estafa, aceptó las nuevas condiciones, no sin antes agregar una última cláusula:
- Necesito que sea mutuo.
- Pero...
- Lo necesito, en serio.
Entonces él cogió un bolígrafo y lo miró fijamente en búsqueda de conformidad. Sin mayor reparo, y a sabiendas de que el tiempo podría ir en contra, el redactor asintió.
Se supo desde entonces que esa maceta jamás estaría descuidada otra vez y sus frutos pronto tomarían detalle en la estación venidera: el refugio lo permitiría.
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- Santiago
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