Todos tenemos un estado anímico basal, pero cuando este se ve alterado, en mi caso tiendo a la depresión. Usualmente, en estos casos prefiero encerrarme, tirarme en cama, y tratar de conciliar el sueño, aunque sé de antemano que pueden pasar numerosas horas hasta que eso suceda.
Sin embargo, ayer fue la excepción.
Decidí levantarme, y forzarme a recuperar vitalidad. Cerré la puerta de mi dormitorio, prendí la luz tenue de mi baño capaz de iluminar lo suficiente el área que comparte con mi cuarto, coloqué música a todo volumen. Esa noche el género no importó, salvo mis ganas de moverme. Entré en calor.
La sensación de calor aumentaba, y decidí que era hora de desnudarme. Y lo hice. Descubrí rangos articulares que jamás había intentado hacer antes, el espejo me observaba y no me sentí intimidado. El calor, el sudor y el cansancio me aconsejaban detenerme. No me importó.
Después de 40 minutos de ininterrumpidos movimientos, y siendo ya la medianoche, decidí una pausa. Un baño reconfortante que me relajó lo suficiente. Dormí como nunca.
Adiós escitalopram, bienvenido baile.